
La Navidad nos invita cada año a detenernos, a mirar hacia dentro y a preguntarnos si estamos viviendo de verdad aquello que decimos celebrar. En esta reflexión el maestro Paco Llopis, comparte un texto que hace unos días cayó en sus manos y a través del cual nos propone una mirada sincera y valiente sobre nuestra sociedad actual: una generación hiperconectada, pero cada vez más distante; rodeada de pantallas, pero necesitada de abrazos.
En unos días marcados por las luces, las celebraciones y las tradiciones, esta reflexión nos invita a no olvidar a quienes quedan al margen, a replantearnos nuestras prioridades y a recuperar lo esencial: mirar a los ojos, escuchar sin prisas y volver a poner el corazón en el centro de la vida.
La Opinión con la Voz y la Firma de Paco Llopis:
Texto de La Opinión:
Reflexión de Navidad
Tenemos una generación extraña, que pone a los hijos en la guardería, a los padres en el asilo y saca a pasear a los perros en las plazas. Una generación que está conectada con el mundo, pero desconectada del corazón. Donde hay más pantallas que abrazos, más mensajes que miradas y más me gusta, que te quiero. Vivimos rodeados de gente, pero cada vez más solos. Antes los hijos eran el centro del hogar y los padres el corazón de la familia.
Hoy los hijos crecen más viendo a una maestra de guardería que a su propia madre y los padres envejecen lejos esperando una llamada de casi nunca llega. Se cambiaron los valores, se cuida al perro con más cariño que a quien nos dio la vida; y no porque los animales no merezcan amor sino porque hemos confundido las prioridades. En los asilos hay padres con los ojos tristes, esperando que sus hijos los visiten, esperando un ¿Cómo estás papá? Esperando un te extraño mamá…y mientras ellos esperan, los hijos dicen que no tienen tiempo, que el trabajo…que los niños…que la vida…
Pero la vida pasa y lo que no se hace hoy, mañana se lamenta, porque ningún logro profesional vale más que una madre feliz o un padre acompañado. Vivimos en una sociedad que corre, que no tiene tiempo para escuchar, ni paciencia para esperar. Todo es rápido, inmediato, desechable, hasta las relaciones. Ya nadie escribe cartas, nadie se sienta a tomar un café sin mirar el móvil y contra más avanzamos en tecnología, más retrocedemos en afecto. Nos olvidamos de mirar a los ojos, de preguntar cómo te sientes, de estar presentes de verdad.
El amor no se demuestra con regalos, ni con fotos en redes sociales. El amor se demuestra con tiempo, con escucha, con presencia. Los niños no necesitan de juguetes caros, necesitan padres que los abracen. Los abuelos no necesitan dinero, necesitan que los visiten, que los escuchen contar la misma historia una vez más
El amor no cuesta, pero requiere algo que muchos ya no quieren dar, tiempo. La tecnología no es mala. El problema es cuando reemplaza el contacto humano, porque un mensaje no reemplaza una mirada ni un emoji reemplaza a un abrazo y aunque los tiempos cambien, las emociones siguen siendo las mismas. El alma sigue necesitando lo mismo de siempre: afecto, compañía, amor.
No hay mayor modernidad que aprender a amar Sin distracciones. Quizá no podamos cambiar al mundo, pero sí empieza por casa. Volver a mirar a los ojos, a preguntar cómo te fue hoy, volver a las sobremesas largas, a los abrazos sin prisas, a los te amo dicho sin miedo, ver cuidar a los padres como ellos nos cuidaron y criar a los hijos con amor, no con pantallas, porque los valores no se heredan con palabras, se enseñan con ejemplo.
Tenemos una generación extraña pero aún estamos a tiempo de cambiarlo, de enseñar a nuestros hijos que la vida no se mide en seguidores, sino en abrazos sinceros, de recordarles que los padres no son eternos y que los hijos crecen más rápido de lo que creemos. Cuidemos los vínculos, honremos a quienes nos dieron la vida y valoremos a quienes nos acompañan, porque el día que aprendamos a priorizar el amor, esa será la verdadera evolución de la humanidad.
Son días de luces, zambombadas y panderetas, días donde los más desfavorecidos, los pobres, los excluidos, los sin techo… siguen siendo lo que son. Nos hemos acostumbrado a verlos, tenerlos, pero no a abrazarlos, a hablar con ellos, a buscar una solución para cambiar.
Tenemos una generación complicada, pero algo no estamos haciendo del todo bien, porque ellos se van fijando en nosotros y nosotros posiblemente, algo tenemos que ver.
Paco LLopis. Maestro
