Las investigaciones del historiador Antonio Luis Jiménez ha sacado a la luz la fecha exacta y cómo llego a la Cofradía del Santo Entierro y Ntra. Sra. de la Soledad, la imagen del Cristo Yacente y la singular urna que lo custodia.

El historiador montillano ha dado a conocer que en 1674 un grupo de montillanos costeó y donó la imagen y la urna de Cristo Yacente y la entregó a la Cofradía del Santo Entierro y Ntra. Sra. de la Soledad, por lo que en la Semana Santa 2024, se han cumplido 350 años de la hechura y de la primera salida procesional del paso del Santo Sepulcro que hoy conocemos.

La noticia ha sido conocida gracias a la escritura notarial otorgada entre los devotos donantes del grupo escultórico y el hermano mayor de la cofradía, que se reunieron en la capilla de la Soledad del templo agustiniano para asentar ante escribano público la entrega oficial a la cofradía el día 19 de marzo de ese año.

En un amplio relato histórico, Antonio Luis Jiménez cuenta que «la antigua cofradía de la Soledad y Angustias de Nuestra Señora se había fundado en el convento de San Agustín en 1588. Fue la segunda corporación pasionista en crearse en Montilla, después de la Vera Cruz, y pronto arraigó en la piedad popular del vecindario de barrio del Sotollón y la Silera. Al año siguiente de su fundación obtuvo autorización de los agustinos para construir una capilla propia, y en aquellos primeros años fue adquiriendo las imágenes, insignias y enseres necesarios para realizar sus cultos y la estación penitencial del Viernes Santo por la tarde.

A mitad del siglo XVII la cofradía había experimentado un amplio crecimiento en número de hermanos y bienes. En este contexto expansivo surge la necesidad de dividir en dos la estación de penitencia, a fin de reajustar el dilatado ceremonial que la cofradía debía cumplir cada año la tarde-noche del Viernes Santo, donde se practicaba la disciplina, el Sermón del Paso, el Descendimiento de la Cruz y, por último, la Estación de Penitencia, que por aquellos años ya integraba en su cortejo los pasos de la Cruz de las Toallas (o guiona), Cristo amarrado a la Columna, la Virgen de las Angustias, Cristo Yacente en el Santo Sepulcro y Ntra. Sra. de la Soledad.

Tras la Semana Santa de 1660 se aprobó la referida propuesta, y fue reconfigurado el desarrollo de los actos a cumplir por la cofradía en la siguiente jornada del Viernes Santo. Se instituyeron dos estaciones de penitencia, la primera con las imágenes de Cristo Amarrado a la Columna y la Virgen de las Angustias por la tarde, donde se continuaría practicando la disciplina en la llamada «procesión de sangre» . A su regreso se procedía a escenificar el acto del Descendimiento de la Cruz, acompañado de su Sermón, con una imagen de Cristo articulada que era depositada en una urna. Entonces, a la puesta de sol, comenzaba la segunda estación de penitencia, con las imágenes de Cristo Yacente y la primitiva Virgen de la Soledad.

Para una mejor organización, en abril de 1666 los cofrades deciden establecer una curiosa bicefalia, con el nombramiento de un hermano mayor para cada estación de penitencia. También, fue creada una hermandad en el seno de cada uno de los titulares de la cofradía, regida por un cabo a cuyo cargo estaban los portadores del paso, palio, estandarte, insignias, cera y tramo de hermanos de luz que acompañaban a la imagen. Pronto debieron surgir diferencias internas entre las hermandades, posiblemente por el celo de cada una de ellas a la hora de organizar los cultos y procesión de su titular. Así las cosas, en 1667 el escribano Pedro Franco de Toro, hermano mayor de la procesión del Santo Entierro y responsable de la hermandad de la Soledad, decide costear una nueva imagen de la Virgen dolorosa y promover tal hermandad a la condición legal de cofradía, propósito que materializa con la aprobación del Ordinario diocesano y del Marqués de Priego.

Ese año queda oficialmente constituida la cofradía del Santo Entierro y Nuestra Señora de la Soledad, siendo su fundador y primer hermano mayor el referido escribano. A partir de entonces se desvinculará por completo de la antigua corporación pasionista de las Angustias, que continuará rigiéndose por las Reglas primitivas y mantendrá los usos y prerrogativas fundacionales.

Como la imagen de la Virgen de la Soledad había sido donada por Franco de Toro, fundador de la nueva cofradía, no había duda de su propiedad. Pero, probablemente, este no sería el caso de la antigua imagen de Cristo articulada, dedicada a realizar el acto del Descendimiento y posterior procesión del Santo Entierro. Asimismo, tampoco hemos de olvidar que la separación de ambas cofradías no fue pacífica y hubo de mediar la autoridad diocesana entre los litigantes.

Inmersos en esta vorágine de fervor espiritual y reforma estética, un grupo de 122 hermanos decide adquirir y financiar una nueva hechura de Cristo Yacente y su urna para donarla a la joven cofradía de la Soledad, lo que llevan a efecto en la capilla de la cofradía el 19 de marzo de 1674. Del largo centenar de donantes sólo están presentes 53 de ellos, representados en la persona de Cristóbal Ramírez de Aguilar. En nombre de la cofradía asiste su hermano mayor, que ese año es don Pedro José Guerrero.

La escritura notarial que ha sacado a la luz Antonio Luis Jiménez Barranco ofrece numerosos detalles de la donación que, en con todo detalle se puede leer en un artículo publicado en la Revista Nuestro Ambiente de la AA.AA de Don Bosco, correspondiente al mes de marzo.

Del acta notarial resulta de gran interés la pormenorizada descripción de la imagen de Cristo Yacente: “a estatura del natural, encarnada y acabada en perfección”. Al igual que la urna que le acompaña, de nobles materiales adquiridos y utilizados ex profeso para el sepulcro: “palo santo de la india de Portugal”, un tipo de madera muy cotizada, importada del actual Brasil.

De los elementos que decoran la urna llama la atención la veintena de ángeles que en origen tuvo, diez en el exterior acabados “a la imitación del bronce, que tienen en las manos las insignias de la santísima pasión”, así como “otros diez ángeles con sus alas de madera por la parte de dentro del sepulcro encarnados de mate”.

Un componente determinante para identificar la urna de la escritura y poder comparar con la que hoy se conserva son los cristales que contiene, “veintiocho vidrieras”, el mismo número que incluye la actual.

Aún así, explica Jiménez, con el paso de los siglos y la llegada de nuevos movimientos artísticos la urna ha modificado su aspecto original. En la actualidad no conserva algunos de los elementos originales citados en la escritura, como son los “remates y cantoneras de bronce sobredorado”, y tampoco las cuatro cabezas de Águilas en los remates de los varales”.

No obstante, ha ganado otros como son las cartelas y aplicaciones en plata labrada, que fueron añadidas en 1734 por el orfebre local Manuel Fernández Urbano, quien compuso.

Para el investigador “quedan muchas aristas abiertas a la investigación, como puede ser la autoría y lugar de adquisición de las piezas donadas, asunto que no se menciona en la escritura. Igualmente, resultaría de interés comprobar los materiales y antigüedad de la urna actual, así como las analogías estéticas que la imagen guarda con otras obras coetáneas procedentes de los círculos artísticos que predominan en nuestra región en pleno Barroco. Como punto de partida, en este trabajo presentamos la datación de esta imagen y urna que constituyen uno de los pasos esenciales de la Semana Santa de nuestra ciudad, una iconografía que forma parte de la identidad cofrade y piedad popular montillana desde hace 350 años.

Información: Antonio Luis Jiménez Barranco

Fotos: NuestraVoz