
El exministro de Defensa, presidente del Congreso y letrado del Consejo de Estado, Federico Trillo-Figueroa y Martínez-Conde, fue el encargado de pronunciar la XXXI Sentencia Romana, un acto único en España organizado por la Centuria Romana Munda. Durante su intervención, Trillo-Figueroa manifestó: «Este acto me ha causado un profundo interés, asombro y estremecimiento, al reflexionar sobre lo que implica condenar a Cristo». En ese contexto, el sentenciador propuso: «Todos deberíamos convertirnos en sentenciadores, ponernos en la piel de los personajes de la Pasión, ya que todos fuimos responsables de su condena y de la muerte del Hijo de Dios».
Presentado por Alfredo Dagnino, sentenciador del año anterior, y ante un numeroso público que incluía representantes del gobierno central, autonómico, provincial y local, así como profesionales de la judicatura y del derecho provenientes de diversos puntos de España, la sentencia fue pronunciada en el Salón de San Juan de Dios y la Parroquia de Santiago, donde se dictó ante el Ecce Homo de Juan de Mesa el mozo.
Federico Trillo pronunció una sentencia distinta, en la que, además de los aspectos jurídicos, tuvo muy presentes a Montilla, el vino, y dos ilustres personajes montillanos: el Gran Capitán y San Juan de Ávila, quienes, según Trillo, sufrieron juicios injustos al igual que Jesús, y se aferraron a la cruz de Cristo.
A diferencia de sentenciadores anteriores, Federico Trillo-Figueroa centró su análisis y argumentación en los elementos subjetivos del juicio, tanto desde el punto de vista penal como procesal. Invitó a los asistentes a introducirse en las escenas de la Pasión de Cristo como un personaje más, no como simples observadores, invitándolos a asumir las responsabilidades y a mirarse en la sentencia como si fuera un espejo.


Desde esta perspectiva, señaló que lo primero que resulta paradójico es darse cuenta de que el sujeto pasivo del proceso, el imputado, Cristo, es en realidad la víctima, mientras que sus jueces judíos, encabezados por Caifás, se habían concertado previamente para asesinarlo, es decir, habían dado los primeros pasos del delito como conspiradores.
En el prendimiento, Trillo prestó especial atención a los personajes secundarios o auxiliares, como los sayones, los soldados y la turba, quienes encarnan la conducta característica de los delitos perpetrados en masa (según E. Canetti). Estos individuos proyectan sus rencores, frustraciones y envidias en actos que no cometerían de manera individual, diluyendo de esta forma su responsabilidad.
Resaltó que «la detención se lleva a cabo de manera ilegal, sin una acusación clara de delito, lo cual se evidencia en las contradicciones de los testigos ante el Sanedrín. Dichas inconsistencias solo conducen a la condena mediante la respuesta final a la interpelación del Sumo Sacerdote Caifás, quien, «en nombre del Altísimo», pregunta a Jesús si es el Hijo de Dios. Cristo no puede, ni quiere, eludir esta pregunta, ya que «para esto ha venido al mundo, para dar testimonio de la verdad.»
Este testimonio será reiterado durante el juicio ante Pilatos, que, de carácter eminentemente político, culminará en la convergencia de intereses entre los fariseos y Pilatos. Ambos coinciden en su deseo de condenar a Jesús para proteger sus respectivos poderes, tanto religioso como político, que ven amenazados.

Alusiones a Montilla
En un sorprendente final, el Sentenciador incorporó en su sentencia a todo el pueblo de Montilla. En el fallo dijo: Sí, ¡Señor!, te vamos a condenar en Montilla un año más, “Nos conviene que tú te vayas a prepararnos el camino”. ¡Te vamos a condenar!, porqué nos sabemos miserables, pero llenos de amor; te vamos a condenar, para que limpies nuestras miserias, nosotros te condenamos, ¡somos los jueces que ratificamos tu condena!.
El sentenciador afirmó haber comprendido las razones detrás de esta singular sentencia en Montilla, al asegurar que «la historia de Montilla ha sido un cruce de caminos donde, en el Siglo de Oro, se encontraron las vidas de algunos de los más destacados personajes españoles. Entre ellos, resaltó al Gran Capitán y a San Juan de Ávila, quienes, a pesar de haber enfrentado juicios injustos, no fueron condenados. Ambos, sin embargo, alcanzaron la grandeza en la sombra de la cruz de Cristo».

Insistió en que “Tenía que ser aquí, en Montilla, donde la Sentencia se pronunciara y donde Cristo volviera a subir a la Cruz cada año. Sobre la tierra y el trabajo de Montilla: ¡tú eres cada año, Señor, la vid, ¡y los montillanos los sarmientos!
Porque aquí en Montilla, en la Sentencia, unimos al tiempo nuestra contrición y nuestro perdón, nuestro trabajo y nuestro esfuerzo, nuestra lucha y nuestra entrega. Sangre y vino. Porqué así son las gentes de Montilla: sangre ardiente de trabajo y amor, que la Cruz transformó en el vino generoso mejor de España .
Por todo esto dijo «la Sentencia de Montilla no es una condena, es una reafirmación de fe en la resurrección, de esperanza en que la repetiremos cada año, y de amor de un pueblo a su Dios, ¡por los siglos de los siglos!.

A continuación, el Sentenciador, escoltado por la centuria romana Munda y acompañado por el alcalde Rafael Llamas, el presidente de la Centuria Romana, Rafael Cabello, y el párroco de Santiago, Fernando Suárez, junto a numerosas autoridades, sentenciadores y destacadas personalidades del ámbito del derecho y la judicatura de toda España, se trasladó a la parroquia de Santiago para pronunciar el fallo de la sentencia ante la imagen del Ecce Homo de Juan de Mesa El Mozo (siglo XVI) y a los pies del Santo Cristo de Zacatecas.




